MIS COSAS DE JACA

Estas páginas van destinadas a todas aquellas personas que quieren a su ciudad, como me sucede a mí con la mía, Jaca. Hablaré, pues, de “mis cosas” esperando que alguna de ellas pueda ser también la tuya o, sencillamente, compartas mi afición por “colarme” entre el pequeño hueco que separa la memoria de la historia, lo general de lo particular o lo material de lo inmaterial. Estas “cosas de Jaca” están construidas a base de anécdotas , fotos de ayer y hoy, recuerdos y vivencias mías y de mis paisanos y de alguna que otra curiosidad, que me atrevo a reflexionar en voz alta. No es mi propósito, pues, ocuparme de los grandes temas de los que ya han tratado ilustres autores, es más bien lo contrario: quiero hacer referencia a rincones ocultos, héroes anónimos, huellas olvidadas, sendas por las que ya no se pasa, lugares que fueron un día centro de atención y hoy han sido relegados a la indiferencia, al olvido o al abandono; a unos escenarios donde se sigue representando la misma obra pero con otros actores.

lunes, 5 de mayo de 2014

TARDES POR EL RÍO GAS (años 60)






Fotografía de Jesús Bretos
                       
 La ciudad de Jaca está situada en una elevación bajo la cual discurren tres ríos: el Aragón, el Gas y el Argent. Los dos primeros son conocidos; no lo es tanto el riachuelo que se llamó río d´Argent, barranco de Membrilleras, ya que pasa desapercibido  porque fue encauzado y ocultado  hasta su desembocadura en el río  Gas, junto con sus puentecillos, cuando se hicieron las nuevas urbanizaciones. Discurría de norte a sur, cercano a la desaparecida ermita de S. Juan y  a tan solo un tiro de ballesta de las murallas de Jaca.
Esta situación privilegiada, a la salida del paso que abre el río Aragón por los Pirineos, con abundante agua y amplios llanos para el cultivo, explica el nacimiento de la ciudad en dicho lugar y su prolongada  actividad hasta la actualidad. Jaca complementaba  su defensa natural con unas férreas murallas, construidas en el siglo XI , de  un perímetro de 2.312  “varas”, con 23 torreones y 8 puertas,  que permanecieron en pie hasta el 1915.



Foto de F.J. Parcerisas (1844)en la que se aprecia el Portal de las Monjas (Puerta de S. Ginés) las murallas en pie y el pequeño  puentecillo del arroyo de d´ Argent ( Pontarrón de los Frailes)

 El río Gas nace a unos 10 km. al este de Jaca  y desemboca en el río Aragón, pasado Jaca , en la Botiguera, a  unos 5 km. al oeste. El nombre del río , Gas , siempre me pareció algo extraño, si atendemos al significado etimológico de la palabra ”gas”. Por un momento, por aquellos caprichos del destino, casi creí resuelto aquel enigma cuando, allá por  los años 70, se realizaron prospecciones petrolíferas justo en el nacimiento del río, y encontraron un yacimiento con importantes bolsas de gas natural
(1978 primera extracción de gas). Pero tan solo fue eso, una mera coincidencia, pues este nombre prerromano, nada tiene que ver con los "gases" de nuestro idioma. 
Al río  Gas, hermano menor del Aragón,  que para las generaciones actuales no goza del protagonismo que tuvo en la década de los 60 y 70, es a la que le quiero rendir este pequeño homenaje. Hoy  he pasado por su orilla derecha y lo he encontrado totalmente irreconocible. La construcción de un enorme muro  ciclópeo, de unos 2 kilómetros de longitud, que haría las delicias de los arqueólogos si se lo encontraran por Escocia, ha invadido y destruido de un plumazo toda la orilla ¡Qué barbaridad!  ¿Cómo podemos consentir los jacetanos ponerle semejante corsé al río y privarnos no sólo del disfrute de sus bondades, sino incluso de sus recuerdos? 


Muro  construido sobre la orilla derecha del río Gas.



     El río Gas, o como lo recuerdo yo, una especie de playa para los habitantes de la parte oriental de Jaca (Barrio de S. Juan, calle de S. Nicolás, Población, Placeta del Pez, Ferrenal, Las Cambras etc.) era un lugar donde, los domingos, las familias y la chavalería nos juntábamos  para pasar el día entre sombras de viejos chopos y “salzeras”, y para bañarnos en un agua relativamente cálida, si la comparábamos con la del río Aragón. Allí, nuestros padres, bota de vino en mano, sacaban  las   fiambreras, ensaladas, tortillas de patata… y las colocaban  para comer sobre una mesa improvisada, hecha con una manta marrón decorada con un par de rayas blancas, que nosotros llamábamos de “soldao”, por ser las que utilizaba el ejército, y que no solían faltar en ninguna casa ya que era una  especie de tributo que los mozos  se cobraban al finalizar la mili. Era, salvando las distancias, lo más parecido que yo recuerdo a esa paz y  relajamiento  con los que Seurat pintó a sus  paisanos parisinos en el cuadro “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte”. Con la salvedad  de que la semana para nuestros padres seguro que había sido mucho más dura. Todavía no había llegado la “semana inglesa” y, en el mejor de los casos, se trabajaba hasta el  sábado a las 13h. 



Foto del Portal de las Monjas y de los caminos que conducían al río Gas  hacia el 1910. Está tomada desde la curva  de la carretera que conducía a Sabiñánigo,  junto al  terraplén de margas azuladas al pie de la Corona de los Cuervos.

Otra cosa muy distinta era los días que hacíamos “facha” (no asistíamos a clase) y lo cambiábamos por bajar al río  a bañarnos, cuando llegaba el buen tiempo. Intentábamos huir del aburrimiento de  aquellas pesadas tardes que pasábamos en el Grupo Escolar trabajando en los evangelios: enmarcábamos un cuadrado, en cuyo interior se solía repetir un ojo de Dios, rodeado a su  vez por un triángulo, y terminábamos copiando, con plumillƒa y a tinta china, el resto  del evangelio en la hoja del cuaderno, como si de los monjes de San Juan de la Peña se tratara.






“Sopetas” flor blanca de las acacias

 La bajada al río, por el antiguo camino del Portal de las Monjas  o por la actual avenida del Voto de S. Indalecio,  la hacíamos pasando por el Pontarrón de los Frailes, un puentecillo sobre el riachuelo d´Argent (Membrilleras), cercano al punto donde convergían los dos caminos citados; marchábamos  sin perder de vista los árboles frutales  de la huerta de Galindo, Villa Ramona, los dos cerezos que había en la Corona de los Cuervos, justo encima de unas margas azuladas de la curva de la carretera de Sabiñánigo,  y comiendo todo tipo de frutos silvestres que nos brindaba la naturaleza que poblaba dicho camino: “sopetas” de las acacias, arañones, manzanetas, “panetas” o “panecicos”, moras,  "chordones", etc. era una forma más de entretenernos, pero también una manera de aportar energía a unos cuerpos que no “paraban quietos” ni un momento.
Cruz albardera (dibujo de Rafael Margalé)
Tras pasar la huerta de Dámaso y la Cruz Albardera de hiero colocada sobre una base de piedra y un  pilón cilíndrico, continuaba el camino hacia el río  por una recta, con el campo de Gastón a la izquierda. 


Este nos  conducía rectos hacia el puente de La Lana.
Justo al girar a la izquierda, ya viendo el río, el humo  y  el olor de los calderos de los habitantes del puente nos avisaba de que ese territorio también pertenecía a otros: los gitanos.



 “Panetas” o “panecicos” frutode la “malva sylvestris”

Las badinas (así llamamos por Jaca a las pozas de los ríos) más frecuentadas eran las del Muro, la Bomba y el Cañón. La primera estaba a la derecha del puente de la Lana y las otras, a la izquierda de dicho puente. La más cercana, la del Cañón, tras una curva que describía el río, junto a un murete de hormigón en diagonal, era, por así decirlo, la “piscina” de los pequeños o de aquellos que no sabían nadar. La verdadera, la que cubría, en la que aprendimos a nadar a base de cruzarla buceando, en la que nos  podíamos lanzar  de cabeza, en la que uno no podía fingir que sabía nadar, porque de lo contrario  se  ahogaba, era la de la  “Bomba” ya que, en su parte central, podía alcanzar hasta tres metros de profundidad.
Restos de la” badina”   de La Bomba

No recuerdo llevar toalla, ese fue un invento que vino mucho después, con la nevera y los yogures. ¿Cómo nos secábamos? Pues muy fácil, de la misma forma que hoy secan los coches en los túneles de lavado, pero sin echar moneda, “encorriéndonos”, haciendo carreras al viento y al sol y lanzando piedrecitas planas a la badina para hacer “la rana”, con el objetivo de conseguir que dicha piedra diera todos los saltos posibles  sobre el agua. 
Tampoco era raro lo de bañarse en pelotas, era mejor eso que llegar a casa con los calzoncillos mojados y delatarnos ante nuestros padres. Ellos hubieran deducido enseguida dónde habíamos pasado la tarde. Los sábados ya era otra cosa, bajábamos un poco más equipados, con nuestro kit que diríamos hoy, y que, por cierto, era muy sencillo: chanclas y bañador (nada de merienda). El lujo más grande eran las chanclas de plástico blanco que nos permitían andar por el río sin que se nos clavaran los pies por las piedras, además   de evitar los resbalones en esa especie de musgo verde que nosotros llamábamos “pan de rana”. El bañador era largo, casi nos llegaba hasta las rodillas, casi siempre azul marino, de tela, (el “meyba” lo estrenaríamos  años más tarde en las piscinas municipales) y  que al mojarse pesaba tanto, que continuamente nos lo teníamos que estar subiendo.



“Zapatero” “Guerris Lacustris”
La fauna del río no la tuvimos que aprender en ningún libro: barbos, madrillas, cangrejos americanos de repoblación, sapos, ranas (cabezones y renacuajos), “zapateros”,  “helicópteros”, mariposas, culebras, hormigas rojas, avispas, tábanos etc. Estos tres últimos eran nuestros  más  encarnizados enemigos. Los tábanos nos picaban y chupaban la sangre  a traición, a lo “somarda”, en silencio nos apretaban un buen  mordisco y  aunque con la otra mano los  intentábamos chafar, casi siempre era  demasiado tarde , esos vampiros ya se habían cobrado su presa. Las avispas eran más nobles, la oíamos y nos poníamos en guardia, y, aun así,  el que más  y el que menos se tuvo que poner barro en la piel, sobre la  inflamación, como remedio para mitigar el dolor. La mordedura  de las hormigas rojas, menos frecuente, era muy amarga y escocía muchísimo, pero pronto aprendimos a no dejar la ropa sobre sus hormigueros y a percatarnos de que no  se había colado alguna entre los pantalones o la camiseta.






“Helicóptero”: Libélula tigre
¿Y la flora? Sería excesivamente largo enumerar la cantidad de especies que poco a poco íbamos grabando en nuestro cerebro, pero voy hacer alusión a las que más recuerdo asociadas a  estas tardes de río: las ortigas, los dientes de león, los pámpanos, los rosales  y la  “tabiquera”. A las ortigas les teníamos pánico, ¡cómo picaban las condenadas!, las reconocíamos al instante, pero siempre había un momento de despiste y ¡zas! sentíamos una quemazón, un fogonazo,  tras el cual uno se quedaba bien amargo. No sabíamos que en realidad no eran tan malas, pues es la manera que tiene dicha planta  de defenderse. ¿Quién me iba a decir que esa planta, a la que temíamos tanto, es una verdura comestible? Está descrita en cualquier manual de supervivencia y, sin ir más lejos,  en la guerra de la ex Yugoslavia de 1991-95  sirvió para paliar el hambre de los soldados. ¡Qué pena no haberlo sabido! El diente de león y su líquido lechoso que empleábamos para quitarnos las verrugas; los pámpanos que surgen del brote verde  y tierno de alguna parra y los tallos tiernos de los rosales una vez pelados, ambos eran comestibles. La "tabiquera" era una especie de liana, muy abundante en la orilla del río, muy porosa y con un agujero en el centro, que una vez seca,  la utilizábamos para fumar. Fueron nuestros primeros cigarros , con los que aprendimos a tragarnos el humo, eso sí, a costa de soportar en la lengua un fuerte picor que disimulábamos, por aquello de hacernos  el hombre.
Aparte del baño con aguadillas, de las carreras y de las “pintacodas”, los entretenimientos más frecuentes eran la pesca  con un palo  o caña, hilo coco, corcho, plomos, anzuelo y lombriz,  y la captura de ranas. Lo de las ranas lo encontrábamos más divertido porque era un enfrentamiento de pillo a pillo.
Chavales junto a la curva de la Carretera de Biescas. Justo allí, se encontraba el barranaco de Menmbrilleras entre la huerta de Lisardo y Antonino.(F. Jesús Bretos)


Las ranas, al vernos, saltaban al agua, solían esconderse en el “musgo  de río”,  y era cuestión de esperar a que la nube de polvo que había hecho en su desplazamiento se aclarara, par cogerlas con la mano; claro que, de vez en cuando, no se podía evitar que lo que sacáramos  fuera una culebra. Al respecto recuerdo la anécdota que me ocurrió  con un señor  al que llamaban el "Maño", famoso por su pericia en este arte de coger ranas, y  al que un día le dije: “Oye,  Maño, ¿tú cómo haces par coger medio saco de ranas cada vez que bajas al río?”  Y de forma pausada y con cara seria, me contestó: “ Mira, “mozé”, yo me pongo la gorra al revés y las tontas de las ranas piensan que me voy; es en ese momento, justo en ese momento, cuando yo aprovecho y atrapo con mis manos  a las  confiadas ranas”.  Esa respuesta me hizo dudar, pero pronto comprendí que su gracia e ingenio era propia de alguien que sabía lo que se llevaba entre manos y  que explicaba de sobras su éxito en dicha empresa. 


Las ranas, a  pesar de ser un  excelente comestible, no las probé nunca debido a que una vez, al limpiarlas para cocinar en casa de mi vecino Quico Covarrubias, ya sin piel, fui a echarles la sal y  sus músculos se empezaron  a mover como impulsados  por un motor eléctrico, de tal forma que parecía que la rana volvía a la vida. Fue tal mi asombro y susto que jamás me atreví a probarlas.
También, medio en broma y medio en serio, nos cocinábamos algunos “pesquitos” (madrillas). Para ello, hacíamos una pequeña hoguera, la rodeábamos con piedras, y, sobre ella, colocábamos una pequeña laja de piedra, muy fina, encima poníamos  los peces. Así, cuando dicho pez doblaba la cola hacia arriba, sabíamos que ya estaba listo para llevárnoslo a la boca.

Terminábamos la tarde repasando algunos cerezos de guindas o picotas, nísperos y avellanos que  se criaban de forma silvestre en el río, además de las ciruelas de la huerta Canete y de las peras del “buen cristiano” de los campos de la Buena Maison. 
 También cogíamos algunos pececillos vivos, que poníamos en el interior de unas latas de conserva roñosas  llenas de agua, para llevarlos   hasta nuestro acuario particular : la fuente de la Placeta del Pez.  Allí  veíamos nadar unas semanas más  a esos pececillos a los que cuidábamos echándoles migas de pan.
Fuente de la Placeta del Pez.


Hoy, cuando he  vuelto a pasar por el río después de tanto tiempo, y he visto ese desdichado “Muro de Adriano”, la  mirada se me ha  quedado clavada en el puente, en el Puente de la Lana ,  en  lo que representó en su momento, en cómo fue, en  cómo lo vieron mis antepasados , en cómo lo vi,  y,  por desgracia, en cómo lo veo ahora.  En aras del progreso perdió su  aspecto medieval y el perfil típico de “lomo de asno” ya  en las primeras décadas del siglo XX. 
 




Foto del Puente de La lana de finales de s.XIX, principios del XX, con el aspecto medieval y el perfil típico de "lomo de asno"(Ed. F.De las Heras,Jaca).

           Y otras obras posteriores ensancharon el tablero del puente (hacia el año 1998)  para hacer casi imposible ver lo único original que de él ha quedado:  la parte inferior de la pila central, el estribo izquierdo y el pequeño arco de la derecha, cubierto por la maleza. Triste destino para el puente que considero más antiguo de Jaca:

Lamentable estado actual del puente de La Lana.

            " En 1404, los jurados y prohombres de Jaca concedieron a los vecinos de Barós licencia de paso libre para sus ganados con la condición de que no obstruyeran el puente" ( mencionado por M. Alvar,en Documentos de Jaca, 1332-1502) y que sigue apareciendo en uso en el "Mapa de Aragón" realizado por Juan Bautista Labaña en 1610 como paso obligado para los habitantes que alcanzaban la ciudad de Jaca procedentes de los cercanos pueblos de Sabiñánigo Pueblo, Sasal, Jarlata, Navasa, Ulle, y Barós. 



                                                 Pilar original del puente 

      



                   
  Militar a caballo  de principios de siglo XX, sobre el río Gas , un poco más abajo, junto al puente Zaragoza, en la bajada del Portal de los Baños.

No se puede decir que los puentes sobre el río Gas hayan tenido buena suerte, y menos consideración, en atención a la utilidad que a los jacetanos han prestado durante siglos. Pues otro tanto podríamos decir del que se encuentra aproximadamente a un kilómetro aguas abajo del puente de la Lana, me estoy refiriendo al Puente de Zaragoza. 
Por él pasaba el antiguo camino que iba desde Zaragoza hasta Jaca y también aparece en el mapa que de Aragón realizado por Juan Bautista Labaña. Por allí accedían a la ciudad los habitantes de los lugares hoy despoblados y monasterios que estaban situados en la parte occidental de las faldas de la Peña Oroel: San Salvador de Siete Fuentes, Aín, Larbesa, y probablemente los de Esa, monasterio de San Julián de Esa y Guaso. Para el acceso a los campos que conservan todavía parte de la toponimia de los lugares anteriormente dichos y desaparecidos, se conoce la existencia de dos puentes más. El puente de Pereretas que quedó en estado ruinoso tras una gran riada, el 5 de agosto de 1880, y el de Guaso, que obtuvo de la Diputación Provincial 5000 reales de vellón para su reconstrucción en los años 1866 y 1867.

Acceso a Jaca por el antiguo puente de Zaragoza

De cualquiera de las maneras, del puente importante, de ese que se encontraba el caminante tras coronar el puerto de Oroel, y que tras pasar por las ventas de Betrán y Fontazones encaraba la cuesta dejando a la izquierda los antiguos Baños Reales, y a la derecha el mesón de de los Baños para entrar a la ciudad por el portal de del mismo nombre, también parece haber caído en desgracia.
De este viejo puente, nadie dice nada, nadie protesta, parece que también le ha tocado la "lotería", y en aras del "progreso" se le ha costeado un entierro de primera. Es algo a lo que nos tienen acostumbrados en Jaca. Nadie pregunta por la historia de ese puente,  a pocos les ha interesado conservar lo que con tanto esmero hicieron  y restauraron nuestros antepasados.
 
Puente de Zargoza sobre el río Gas  (2017) 

Da la sensación que aquí primero se dispara y luego se pregunta. Por este puente pasaron andando, pasaron a caballo, pasaron con tartanas, con carrozas y, en 1860, pasó la primera diligencia que los jacetanos vieron llegar procedente de Zaragoza, tirada por ocho o más cabalerías guiadas por un mayoral, un zagal y un delantero, ante la admiración de todo el vecindario; pues cuentan que, excepto los enfermos, todo el vecindario salió a recibirla a la puerta de los Baños y a la de San Francisco. Aunque, todo hay que decirlo, en uno de aquellos primeros viaje, una de las diligencias volcara al coger la curva del puente sobre el río  Gas. Hasta entonces el viejo puente se sentía útil y no necesitó ensanchar su tablero. Poco después, al terminar la nueva carretera por "Matafambres", la que hoy va por Oroel a Zaragoza, obligó a realizar aguas abajo un nuevo puente sobre el río Gas. Así, este nuevo puente, también llamado de "Zaragoza", sustituyó al de la imagen. Desde entonces, aunque abandonado y herido, el viejo puente, más mal que bien, resistió el paso de los años hasta la entrada del siglo XXI. Pero hoy lo han herido de muerte.  
  
Puente de Guaso sobre el río Gas finales del siglo XIX